Decirles, a los que no estuvieron, que la del jueves fue una noche difícilmente repetible puede parecer cruel, pero es cierto.
Desde temprano ya estaba en la sede uno de nuestros invitados, el que hasta ese momento (y más allá de que habíamos leído reseñas y visto videos en Youtube) era el “sobrino de Dany Alegre”, un pibe flaquito y muy gentil, que Dany tuvo la gentileza de presentarme apenas llegado y estacionado. Los socios que llegaban iban demorándose en charlas en el estacionamiento y al poso rato ya se había armado un grupo bien grande, reunido alrededor de nuestros invitados, el “Negro” Monguzzi, el “Rafa” Balestrini, y de Miguel que volvió del más allá. Cuando le pregunté donde había estado, se limitó a sonreír y me señaló el logo del Rally de Polonia en el polar que llevaba puesto.
Ya ingresados al salón nos fuimos acomodando en las mesas en las que, como es costumbre, la charla seguía y seguía. Pareciera que uno en las reuniones del Club se despacha de todo lo que se tiene que guardar cuando, estando en presencia de nuestras contra partes femeninas, se ve empujado a inhibir comentarios sobre cualquier aparato mecánico móvil sobre ruedas. Y si se trata de detalles absolutamente restringidos al interés exclusivo de “especialistas”, muchísimo más.
Al poco rato comenzó a hacerse oír Tomás. Digitando algunas teclas al comienzo, para darle inicio a lo que fue la primera parte de un pequeño pero verdadero concierto. No identifiqué la primera pieza, pero la segunda fue de Haydn, lo identifiqué porque siempre me pareció una música feliz. Para graficar las virtudes de un pianista virtuoso suele decirse que “las manos volaban sobre el teclado” y voy a caer en el lugar común, las manos volaban sobre el teclado, los finos dedos de Tomás le sacaron al instrumento sonidos que encantaron el ánimo de todos y crearon una atmósfera de maravilla. No volaba una mosca. Increíble. Hermoso. El “sobrino” se transformó en un virtuoso a la vista de todos y nuestros oídos fueron bendecidos por esa transformación.
La primera parte de la noche musical debió dejar lugar a las delicias que los olores en el ambiente venían anunciando, la otra maravilla de la noche, el menú de parrilla que debemos a otros dos virtuosos, Edu Bocci que aportó la materia prima, y Abelardo que la manejó con todo el amor que un verdadero asador le sabe dedicar a los corderos, vacas, chanchos, y todo otro animal comestible.
Lo primero que debo decir es que, como reconocí en público, el cordero bonaerense –en este caso, de Lobos– no tiene absolutamente nada que envidiarle al patagónico, e incluso yendo todavía más allá, me pareció más suave e igual de gustoso. Estaba, literalmente, para chuparse los dedos, un manjar fuera de lo común. El costillar acompañó con la dignidad de un grande, sabrosísimo, tierno, y sobre todo, muy abundante. Estaba tan rica la carne, que casi me olvidé de la ensalada. Ah! Todo acompañado con un buen vino, como corresponde.
En un momento determinado de la noche, la humedad ambiente empezó a transformarse en una especie de finísima garúa, lo que hizo prudente encapotar las Spiders. Muy a pesar de que opino igual que Cristián Bertschi, que esas máquinas fueron hechas para usarse sin capota, allí fuimos los que preferimos los cabellos al viento, a techar (por el momento) nuestras adoradas máquinas.
A los postres –que en este caso fue un delicioso helado– el, ahora sí, “Maestro” Tomás Alegre, nos ofreció la segunda parte de su petit concierto, tan disfrutable como la primera y con dos bises, el segundo a pedido mío, una lindísima pieza de Haydn. Verdaderamente fue un privilegio que Tomás nos hiciera el regalo de llenar el comedor con sus manos mágicas. Un fenómeno. Un tipazo, además, con la humildad que cultivan los verdaderos talentos. Un pianista fantástico, que acababa de acariciarnos con las delicias de su arte soberbio y parecía agradecer que hubiéramos querido estar ahí para escucharlo.
Para cerrar, café y bombones de chocolate. Noche inolvidable, noche mágica. Noche de muchos amigos, hacía rato que no nos juntábamos tantos socios en un evento. Y como pasa siempre en esas situaciones, es mucho el afecto que se respira en el aire. Me sentí realmente privilegiado y me imagino que todos deben haberse sentido un poco así. También sentí que ese es el Club Alfa que queremos todos y que estamos haciendo con la ayuda de todos. No tengo ninguna duda de que cuando hay una intención correcta se llega al logro y hacia ahí vamos.
Fotos de Roberto FotoLandler