Cuando en 1891 Manuel Ocampo, padre de Victoria, decidió levantar una quinta de veraneo para su familia en el solar cedido por su tía, Francisca Ocampo de Ocampo en Beccar, muy lejos debía estar de imaginarse que 19 años después, nacería la Anónima Lombarda Fabbrica Automobli que nos llevaría a los socios del Club Alfa Romeo a disfrutar de esa magnífica villa italiana en un almuerzo de verano porteño.
Decir magnífica no le hace justicia a esa verdadera maravilla arquitectónica, que recibe al visitante con una alfombra cubista de Pablo Picasso en el hall de acceso, exhibiendo claramente el carácter vanguardista de aquella mujer tan especial que la habitó por déacadas y le confirió el estilo ecléctico entre clásico y moderno que todavía hoy conserva y que la caracteriza.
A nosotros, simples mortales socios del Club, nos tocó el raro privilegio de sentarnos a la mesa en la amplia galería desde la cual visitantes ilustres, como Rabindranath Tagore, Graham Greene, Albert Camus o Igor Stravinsky bajaban los peldaños de la amplia escalinata que lleva hasta el verde exhuberante del jardín, que admiraron los ojos de Ortega y Gasset, Saint Exupéry, Neruda, Indira Gandhi y tantos otros. Conmovedor.
No hubiéramos podido encontrar un marco más apropiado para convocar a nuestros asociados a la primera reunión del año inaugurando las actividades del 2020, que esta residencia admirable, ni un anfitrión mejor que Jérôme Mathe para recibirnos en el bistró de la Villa, donde nos dio la bienvenida con Kir Royale y Aperol Spritz, acompañados por bocaditos calientes de queso, pan especiado con queso azul y peras, salmón gravlax de maracuyá y queso de cabra caliente con miel de romero. Exquisito, verdad? Pero no quedó ahí.
En mi caso la recepción siguió con los langostinos crocantes cubiertos de sésamo acompañados con hummus de remolacha y, después, el piato forte. Pedí lo que luego probó ser una deliciosa versión de una comida tradicional que me encanta: Steak au Poivre, con un bife de chorizo en su exacto punto, una salsa que equilibraba perfectamente el malbec con la pimienta recién molida, y un gratin de papas delicioso. Debo apuntar que la salsa estaba hecha con un buen vino malbec, lo cual siempre vale la pena agradecer.
Mi compañero de enfrente y su esposa, pidieron la pesca y aparentemente acertaron, o por lo menos eso parecían decir sus cara de aprobación. En ese caso el mero se servía con una salsa de lima y jengibre cuyo aroma llegaba a sentirse muy sutilmente a la distancia. Para el postre me quedé con las ganas del Fondant de chocolate con crema inglesa al cardamomo, sin dudas una exquisitez que hubiera apreciado poder saborear, pero la delicada versión de Tarte Tatin con que terminó mi almuerzo, estaba riquísima.
Como cierre de la comida, y relajante bajativo, pudimos hacer una visita guiada a la casa, que paseó nuestra modorra post-almuerzo a través de habitaciones que parecían estar habitadas todavía por Victoria Ocampo, con un nivel de mantenimiento y cuidado extremos, merced, como se nos dijo, a los buenos oficios de la UNESCO, patrona de Villa Ocampo, al aporte monetario del Ministerio de Obras Públicas de la Nación, y a la administración del ente Proyecto Villa Ocampo.
Un paseo por lo que todavía subsiste de una época dorada de nuestro país, que aún hoy sigue maravillando a quienes la visitan, como las primeras damas del G20 hace algo más de un año. No es habitual que uno almuerce en una propiedad que es Monumento Histórico Nacional, pero en esta oportunidad justamente fue así.