El aire fresco del puerto de Buenos Aires marcó la tónica de lo que sería el clima de todo el fin de semana. Si se lo compara con el 2017, francamente fue un alivio tanto para las máquinas como para los pilotos. Ahí comenzó lo bueno, lo que nosotros, alfistas, tenemos por bueno, estacionar nuestra Alfa y echarse de lleno a la conversación con los otros participantes del Rally, mirar la maquina del amigo, ver qué le hizo, cómo la esta cuidando, etc. Charla de “los amigos de los autos”, como dice Diego, y serena contemplación de nuestras hermosas máquinas. Un lindo parque automotriz para la prueba.
El viaje en barco siempre me lleva a pensar en mares lejanos y ese tipo de ensoñaciones, pero ni siquiera había podido empezar a soñar con alguna costa inexplorada, que ya se anunciaba la llegada al puerto de Colonia. Cada vez está más cerca o cada vez se me hace más corto el viaje. Como sea, fue apenas un ratito y ya “Los que viajan con auto bajen a la bodega” y la ansiedad por bajar del barco y pisar tierra charrúa.
Del puerto al hotel en un flash. Check-in y partimos raudos y veloces a nuestra primera actividad gastronómica extraoficial. Un almuerzo, que fue bien oriental. No confundirse, no comimos sushi sino chivito. Algunos al plato otros al pan, el mío con una enorme cantidad de papas fritas. Una Patricia bien fría y la inevitable modorra del pos almuerzo. Una ligera llovizna nos obligó a apretarnos bajo las sombrillas y el clima se fue haciendo “de siesta”. Todo indicaba que lo mejor sería volver al hotel y tirarse un rato en la cama antes de la cena, y eso resolvimos hacer mi copiloto y yo.
Descanso reparador, una ducha y a vestirse como pa’ ir de fiesta, que de eso se trataba. Nos esperaba el comodísimo salón comedor, preparado para nosotros exclusivamente, marco más que adecuado para abrir oficialmente el Rally Aniversario en su 37ma edición. La comida rica, como de quien sabe tratarnos con indulgencia. A los postres, el director de la prueba y vicepresidente del Club Alfa Romeo, Daniel Alegre, nuestro presidente, Juani Mártire, y el señor de las gomitas, Alberto Domingo, nos dieron una vasta y paciente explicación sobre la parte deportiva del Rally. Después, entrega de números, cuaderno de ruta, calcos, etc. y cierre de la primera actividad gastronómica oficial.
Algunos, quizás paladeando de antemano lo que sería la primera etapa de la competencia, se fueron al estacionamiento para colocar los números y los calcos en sus máquinas. Otros, más tranquilos y probablemente más rellenos por la abundante comida y la copiosa bebida, en cambio, preferimos irnos a dormir, porque la jornada del sábado sería larga y habría que desempeñarse a la altura de lo que cada uno prometía.
El sábado comenzó bien temprano, con un cielo limpio y un sol brillante, pero con un aire fresco que, como decía antes, fue nuestro acompañante del fin de semana. Un desayuno bien completo y a pegar los números y los calcos los que no lo habíamos hecho la noche anterior, a revisar que todo estuviera bien con las máquinas, que todos arrancaran sin problemas y partimos rumbo a la Avenida Flores. Parque cerrado, un rato de charla con los amigos y, en orden de numeración, nos fuimos alineando para la largada.
Esta vez la radio y el canal de televisión locales nos acompañaron durante el parque cerrado y nos iban marcando el “top” de largada a la par de la gente de Alberto Domingo. Y así, uno tras otro emprendimos la ruta 50 hacia Tarariras y la 21 a Carmelo, en cuyo recorrido se desarrolló la primera etapa de regularidad. Debo decir que la prueba fue dura, me resultó bastante más complicado que en el 2017. Había que estar muy despierto para no perderse ningún autocontrol y me temo que yo estaba medio dormido. Así me fue: mal.
Afortunadamente, en Carmelo nos esperaba el mejor remedio para el bochornoso desempeño, un almuerzo en un lugar de ensueño. la comida riquísima y muy sutil, los amigos de esa cocina saben manejar los sabores con rienda de seda. La entrada, unas simples croquetas de acelga con fileto, estaban para chuparse los dedos. La pasta que siguió, otra poesía. El manejo sutil de los sabores convierte un plato sencillo en una delicia angelical. Postre, café. El vino de la bodega, un corte de uvas rojas bien joven y brioso, como se usa ahora. Después la foto en el parque y una vez más las ganas de que la jornada no termine ahí nomás.
Por supuesto que no terminó ahí. Vuelta a Colonia, a refrescarse y cambiarse, y a la Posada de los Faroles, esta vez sí oficialmente gastronomía del Rally. Recuerdo que la comida estaba buena, pero confieso que lo que vino después me ocupó toda la memoria disponible y ya no me acuerdo qué comimos. Ocurrió que era el cumpleaños de Silvia, la señora de Miguel Beruto y para el festejo se apareció Miguel con tremendo ramo de flores y de la cocina vino una torta, así que hubo cumpleaños feliz desafinado a coro.
Cuando pensábamos que ya era todo, de repente alguien dijo: “Ya son las 12, es el cumpleaños de Flores!” Y nueva desafinación en honor al Doctor. Pero… nuestro doblete coral fue escuchado por el vecindario, particularmente por un grupo de mujeres que estaban en modo estudiantina, festejando también el cumpleaños de una de ellas. A todas se las percibía bastante pasadas de alcohol, pero la del cumple estaba especialmente pasada. Tanto, que se nos vino al humo reclamando que le cediéramos al Doctor Flores para su complacencia. Afortunadamente pudimos recuperarlo en seguida. Quién sabe qué hubiera sido del pobre Alberto en esas fauces!
La vuelta al hotel fue una proeza del disimulo. No se notaba para nada la cantidad de alcohol que teníamos encima. Recuerdo que después de las varias copas de vino (muy rico) con que acompañé la comida, brindé como una vez con Silvia, cuatro veces con Flores y ya después alguna vez más, pero realmente no me acuerdo con quién.
Dormí como una marmota. La mañana siguiente nos llevaría a la segunda etapa del Rally, la prueba de habilidad en pista. Desayuno muy bien servido, igual que la mañana anterior, con todo lo que uno quisiera desayunar y muchas cosas más. Riquísimos panes, daba pena tostarlos. No los tosté y los comí untados con un sabroso requesón (poco frecuente encontrar ese queso). Cosas ricas y en cantidad más que suficiente. Después (o mientras) el check-out y ahí partió la caravana con rumbo al kartódromo del Real de San Carlos.
El recorrido de la pista al revés fue un intríngulis que exigía una pericia que, con mi impericia con la caja TCT, me faltó totalmente. Prometo que voy a aprender a usarla. A la que no le faltó nada fue a Irantzu, la esposa de Juani Mártire, que no solamente se llevó la copa de damas, sino que además nos vapuleó a todos en Habilidad Conductiva. Posiblemente las razones para tal sobresaliente desempeño, será posible encontrarlas en los consejos que nuestro presidente le prodigó generosamente hasta instantes antes de largar.
Un párrafo especial para el periodista de la radio local. No paró de hablar durante todo el par de horas que estuvimos en el kartódromo del Club Douglas Gilles. De su boca brotaban conceptos que obligaban a mirar la pista para ver lo que estábamos escuchando. Pero no, en la pista éramos nosotros luchando con ese par de retomes que obligaban a poner primera y tratar de salir más o menos bien armado. Y yo penando con mi falta manejo de la TCT, y el periodista que seguía relatando las 24 Horas de Le Mans,
De ahí a comer, una vez más. De acuerdo con el fixture del rally, el domingo al mediodía era parrilla y así fue. Muy buena y muy abundante, había de todo, y todo tierno y rico. Gente que sabe manejar las brasas. Risas animadas por el etílico, en formato vino o cerveza, del que no nos privamos ni por un instante, charla, momentos de distensión, y también de recordación. Sobre todo de recordación de los momentos dramáticos que nos haba tocado pasar la noche anterior, cuando el Doctor Flores salvó la honra por un pelo.
Después, paseo por la Colonia vieja. Hermosa tarde, demorarse en alguna compra, detenerse a tomar un helado, un café, y a desandar el camino rumbo al puerto, a embarcar para el regreso. Y decirle adiós a una nueva edición del Rally Aniversario del Club Alfa Romeo, una sana costumbre que, como la comida rica, aunque estés recontra satisfecho siempre tenés un lugarcito para un poco más. Habrá más, seguramente.