Juani Mártire casi se queda en Buenos Aires, para ser más precisos, en la cola de embarque de Buquebus. Pero… comencemos por el principio. Los días anteriores al de la cita, viernes 3 de noviembre, algunos de los inscriptos nos cruzábamos mensajes con menciones sobre el clima, hasta que por fin aparecieron los dos solcitos en el teléfono, prometiendo un fin de semana de buen tiempo, lo cual ya empezaba a concretarse el viernes mismo, porque más allá del soplo de la brisa del río comenzaba a sentirse el calorcito y a verse el sol brillando en la puesta sobre el finde la tarde.
De a uno en fondo iban llegando los intrépidos y sus máquinas relucientes: Dany Alegre y Paulina a bordo de la impactante coupé Volvo, y su X1/9 con Marcelo Di Bona al volante, siempre bien presentados los dos autos; los y las Gauto, con la GT fuori serie Lucio y Víctor Seguí de acompañante, Carolina al mando de la Alfetta GT azul con María Laura, y Fabio Sánchez con Mariana sobre la lindísima Mito; Carlitos Hidalgo y su sobrino Ignacio, con su Giulietta finalmente decorada por completo; Ale García Del Bo con Alicia, al comando de su lindísima Spider 916; los Mion, padre e hijo, a bordo de su siempre bien plantada Spider 2000; Diego Marín, con Silvia y Milly, sobre ese 156 V6 que suena taaan lindo; Luciano y María Silvia, disfrutando -y permitiéndonos disfrutar- el mejor 156 que conozco; Miguel Cileta y Felisa, con un Peugeot 404 que parece salido de un aviso de época; Sergio Moretti con Gabriela y su Giulietta invencible; Alberto Flores con Sebastián y esa Giulia que luce tan envidiable estado de salud; Enrique, primo hermano del que escribe, con Alejandra y el espía coreano, más amarillo imposible; José Paternoster, con Leila y ese aparato extraño, que ofrecía la rara belleza de la ferocidad, como pasa con los Lotus; Adrián García Amelio, con Natalia, Renata y un 146 muy bien presentado, que no recuerdo haber visto antes; yo con Dolores y mi Spider 916, de un amarillo menos oriental que el Veloster; Walter Trabuco, con Alicia y su Alfetta GTV plateada. Para el final de la lista de viajeros del viernes dejé ex-profeso al carabiniero Nico Aiello, que llevado por su genio creativo, se presentó con Diego, en su 146 customizado; realmente se llevó todas las miradas y también las escuchas, porque no faltó la sirena para completar la puesta en escena.
En la noche del jueves ya había viajado una segunda Giulietta, decorada como la de Carlitos, piloteada por Ricardo Arias e hija, aún no-socio, que pidió embarcarse previamente porque debía hacer un breve paso por Montevideo; y allá en Uruguay nos esperaban Miguel Beruto con su Spider y Raúl Fester con su GTV negra. Los tres, con sus respectivas acompañantes, se nos unirían en la cena de recepción. Y, para completar el elenco, Juan Mártire con María y su Giulietta Spider que, como decíamos, casi se queda en Buenos Aires. No tenía nada de lo que se necesita para viajar a Uruguay, pero tenía mucha voluntad de hacerlo; quizás haya sido esa voluntad, materializada en alguna que otra operación mágica, o algún acto de ilusionismo o vaya uno a saber qué, lo que terminó poniendo la Spider arriba del ferry.
Viaje bueno y breve mediante, lo cual significa doblemente bueno, pusimos pie en Colonia del Sacramento y rumbo al Hotel El Mirador, que nos esperaba con los brazos abiertos. La recepción fue amigable y, sobre todo, extremadamente efectiva: no bien cada piloto llegaba el conserje del hotel le pedía su apellido, lo buscaba en la lista que tenía en el mostrador, leía el número correspondiente a la habitación asignada, de se daba vuelta, tomaba del casillero la llave y se la entregaba; en mi caso creo que todo eso llevó algo de 1 minuto. Muy bien por eso! Y, en seguida, subir a la habitación, dejar los bolsos, refrescarse un poco, arreglarse otro poco y bajar a cenar.
El salón era exclusivo para nosotros, todo dispuesto convenientemente, arreglado y con un servicio que con 7 personas, entre mozos y ayudantes de cocina, nos atendieron y complacieron todas nuestras demandas. La comida, muy abundante; en mi mesa más de uno no llegó a comer la entrada. Después el plato principal, el postre, café; todo acompañado con vinos y gaseosas, servidos generosamente. Breve discurso de bienvenida, dando por iniciado el Rally, explicación del cronograma de sábado y domingo, explicación de Alberto Domingo para el buen uso del Libro de Ruta y sobre cómo se hace una regularidad por autocontroles, reparto de materiales gráficos utilitarios, credenciales, pulseritas y a dormir, porque el sábado nos esperaba con actividad desde la mañana temprano.
El sábado se inició bien puntual. Primero el desayuno en el hotel, bien surtido, muy abundante y rico. Y en seguida al “parque cerrado” en la Plaza Mayor de Colonia, en la Ciudad Vieja. Formados todos alrededor, bien ordenados, todos con sus números pegados en los laterales, algunos con los autoadhesivos que hizo Carlitos también y de a uno, con intervalos de un minuto, la gente de Domingo nos iba dando señal de largada.
Hasta llegar al paraje La Paz, sobre la Ruta 1, las cosas iban bastante simples, no parecía tan complicado llevarla bien. Pero, justamente al llegar a La Paz, el Libro decía “doblar a la derecha” y ahí empezó lo interesante. Ruta en bastante buen estado pero finita, mucho pastizal en las banquinas, no era tan fácil encontrar las referencias y, aveces, seguías de largo. Alguno que otro amigo en dificultades, a alguien se vio con los lienzos bajos entre los yuyos. Y, de repente, ese litoral inesperadamente hermoso que te regala “la vecina orilla”, con esas playas de arena fina y un verde inacabable, tal lindo que parece que al río “color de León” se le azularan las aguas. Blancarena, lindo hasta el nombre. Viraje a la izquierda, rumbo al cruce de Ruta 1 y en unos poco kilómetros la entrada a Nueva Helvecia, a paso urbano y estacionamiento en la plaza principal, entregar la hoja del cronometraje y a descansar bajo la sombra agradable de la arboleda. Charla de amigos, comentarios y conversación con un alfista oriental que se acercó con su Alfasud a compartir con nosotros el breve paso por su ciudad, un rato de charla amable con el Alcalde de Nueva Helvecia y, ya mismo, subir a las máquinas para dirigirnos presto al Hotel Suizo, donde se nos serviría el almuerzo. El lugar precioso, la gente súper amable, la comida deliciosa, no faltó nada para completar un encuentro gastronómico que fue largamente celebrado por los participantes. Después, como casi siempre, las conversaciones de salida que alargan el cierre agradablemente y que, en ese caso, oficiaban de inicio de la necesaria digestión. Un inesperado cierre de ruta por trabajos nos privó del segundo tramo de la primera etapa del Rally, aunque debo decir que, al menos en mi caso, el almuerzo reciente hubiera oficiado como serio impedimento para hacer un segundo tramo de regularidad a conciencia. Y rumbo a Colonia, de regreso al hotel. Algunos decidimos aprovechar el último pedacito de la tarde para relajarnos un poco -algunos nos relajamos de más y nos dormimos una tardía siesta- y darnos una ducha y cambiarnos antes de ir a cenar.
Un grupo de jóvenes revoltosos y malentretenidos decidió, en vez de hacer relajo -como dicen los orientales- y marchó hacia la ciudad vieja, para saciar su sed de alcohol y de lujuria, sumándose a una batucada. Hay registro gráfico de la triste experiencia y comentarios del Suizo en el sentido de la justa evaluación musical del episodio. Lamentable.
Temprano para nuestras costumbres, pero muy adecuado a la situación, como se verá después, partió la caravana rumbo al museo privado en el Paraje San Pedro, donde nos sería servida la cena. Decía muy adecuado el temprano horario de partida, porque a pesar de que no era largo el trecho la noche nos fue cubriendo de una oscuridad que nos llevó a pasarnos del acceso y volver a pasarnos al dar la vuelta para embocar finalmente el camino de entrada. Finalmente llegamos al Museo Car’s, donde nos recibió su dueño, Manuel Arslanian -no emparentado con don León- con una enorme sonrisa y los brazos abiertos.
Debo decir que no me esperaba encontrarme con un lugar así en el medio del campo y creo que lo mismo le pasó a todos, porque nada hacía suponer que a alguien se le podía ocurrir hacer eso. El museo en cuestión está desarrollado bajo un novísimo parabólico de más o menos 20 metros de ancho y 100 de largo. Se accede a través de una extensísima galería fotográfica que da cuenta de una virtual historia rioplatense del automóvil, que da paso a un interior donde no solamente hay un nutrido lote de vehículos muy interesantes y bien puestos, sino lo que sería un frente de calle de comercios que, lado a lado, recrean la atmósfera de una ciudad de principios del siglo pasado. Así se alienan, a partir de una estación de servicio en el acceso, un consultorio médico odontológico, una barbería, una farmacia, una sombrerería militar, etc. Encantador. Los vehículos, van desde Ford T hasta bicicletas y ciclomotores, exhibidores repletos de faroles y montones de accesorios de phaetones y otras carrozas de época. Entre las bicicletas se destacaba una que pendía de la estructura del techo, una de esas con rueda trasera chiquitita y delantera enorme, que uno siempre imagina piloteada por un señor circunspecto y con bombín. Daba para dar una y otra vuelta.
Al poco rato un par de mesas largas, dispuestas en el espacio central, fueron poblándose de delicias del campo coloniense y sobre un trípode se instaló una enorme sartén paellera, en la que un maestro elaboró un risotto de maravilla. El riso estaba riquísimo, es verdad, pero la que se llevó las palmas fue una bondiola to-die-for o to-kill-for, según se mire. En esas mesas se desplegó lo mejor de ese campo generoso y fértil con que la madre Naturaleza ha regalado ambas orillas del Plata. Maravilla total y absoluta.
Costó cerrar la generosa comida y la amabilidad del anfitrión pedía quedarse, pero al otro día se correría la segunda etapa del Rally, así que el deber nos llamaba. Nos fuimos a Colonia, al hotel y a dormir.
El domingo amaneció con algunas nubes, pero para la hora del desayuno el cielo estaba ya del mismo azul que nos obsequió todo el fin de semana. Check-out súper veloz, otra vez vale destacar la eficiencia de la gente del hotel El Mirador, francamente muy puestos en su papel de hacerle al huésped la vida fácil y agradable. Gracias por eso, de verdad. Todos listos en el estacionamiento, se fue armando la caravana para irnos a Carmelo. Ruta 21, aprovechar pa ver de día dónde estaba el acceso al Museo Car’s que tan esquivo se nos hizo de noche, aunque era fácil, hasta había un par de autos sobre una especie de torres. Pero de noche era otra co. Lindo camino hasta Carmelo; esa pradera con ondas que configura la llanura de ese lado del Plata es encantadora, se hace más llevadero el viaje. Finalmente llegamos y nos acomodamos sobre un lateral de la plaza principal del pueblo, sobre una de las calles perimetrales que la municipalidad cerró para nuestro uso. El alcalde de la ciudad que se acercó a saludarnos, muchos curiosos, los chicos que se querían sacar fotos con los autos, simpatizantes de todo tipo, y los mismos jóvenes revoltosos del sábado que, una vez más se dejaron seducir por el blondo elixir, aunque en Carmelo no había batucada.
Después de una nueva amable charla, de allí partimos ordenadamente hacia Playa Seré, donde realizaríamos la segunda etapa del Rally, la Habilidad Conductiva, en un circuito breve pero muy lindo, que Alberto Domingo trazó con la anuencia del municipio y que sirvió para que, una vez más, las muñecas hábiles pudieran demostrar sus atributos. Lindo de ver ese campito verde en el que nos estacionamos todos, más o menos desordenamente, parecía un prado lleno de flores, nuestras flores. Terminada la tenida, prestos rumbo a Campo Tinto.
Ahí nomás, sobre la Ruta 21, un emprendimiento rural-gastronómico nos esperaba para cerrar el Rally con un almuerzo, la lectura de los resultados de las pruebas y la entrega de premios. Otra vez a comer bien. El almuerzo en Campo Tinto fue soberbio, precioso el lugar, muy amable el dueño Diego Viganó que nos acompañó y prometió que para el 2018 tendrá lista una Bertone 1750 para participar con nosotros. También aquí muy rica la comida y el vino -muy medido porque en Uruguay la tolerancia es cero-. Y a los postres la premiación. No sé si alguien duda todavía de que Moretti tiene habilidades conductivas, pero una vez más quedó demostrado que de manco no tiene nada y no solo porque no haya nacido en Lepanto. Los resultados fueron:
Después la foto grupal, los cariños, los saludos, las ganas de quedarse más, el regreso a Colonia a pasear por la ciudad vieja, a tomarse una cervecita más, a dar una vuelta por shopping y al puerto a esperar el embarque para volver a casa. Un poco cansados, posiblemente, pero tremendamente contentos todos. La pasamos fenomenal, rodeados de amabilidades, con un grupo de amigos que siempre quieren sentirse bien y hacerte sentir bien. Mucho pero mucho afecto y nuestros Alfas. No pido más, con eso tengo bastante.
Nos acompañó en el almuerzo quien siempre curó nuestra experiencia como veedor por el MCCC y el ACU, el amigoJorge Sanguinetti, a quien agradecemos, y el amigo Alberto Domingo, quien otra vez hizo un muy buen trabajo, permitiéndonos tener los resultados ahí nomás, al instante. También vale mencionar que a lo largo de todo el trayecto del Rally fuimos acompañados por el auxilio mecánico del ACU, un prolijo y limpio camión con camilla al comando de un hábil y servicial mecánico, cuyas destrezas fueron puestas a prueba en un par de ocasiones.
Estuvo buenísimo, creo que mejor que el del 2016, y los comentarios de los participantes apoyan mi juicio, pero obviamente puede ser todavía mejor. Faltó que acompañan socios de otros clubes, sobre todo de Uruguay. Es cierto. Podríamos haberlo difundido más y mejor, probablemente, pero para eso hace falta gente que tome la decisión y se haga cargo de uno de los tantos roles que caen en algo tan grande como el Rally. Queda en las intenciones de los socios y en que las manifiesten, la posibilidad de desarrollar las mejoras que cada uno piense que pueden darle más lucimiento a una actividad que tiene todo para transformarse en El Evento del Club Alfa. De todos nosotros depende.
Agradecemos a la Intendencia de Colonia y su oficina de Turismo, a Buquebus por las tarifas reducidas, al Hotel El Mirador por la eficiencia y el profesionalismo, al Hotel Suizo por su magnífica comida, al Museo Car’s y Manuel Arslanian, a Gerardo Pernigotti nuestro hombre en la Banda Oriental, al MCCC y al ACU, a Jorge Sanguinetti, a Alberto Domingo, y a todos los que de una u otra manera lo hicieron posible.